jueves, 21 de junio de 2007

El camino ebrio (Para Dami)

-No ha venido el profesor de Física y Química. Hoy saldréis una hora antes. Ahora después pasará un profesor de guarda a recogeros.

La ventaja de ese instituto, era que los alumnos podían salir una hora antes si faltaba un profesor. Él, como todos, agradecía poder salir una hora antes, escapando del sofocante calor que entraba por las ventanas, y que se veía aderezado por la descomposición de fuerzas en un plano inclinado con poleas.


Se dirigieron a la entrada, y parecía que se convertían en reos libres, cruzando el umbral al aire libre de la puerta principal. Él fue con sus amigos, hablando de los últimos exámenes, de los que los pocos que quedaban, y del buen verano que iban a pasar.


-Iremos a algún piso alquilado en la playa, ¿no?

-Vosotros sabréis. Si quiero ir a eso, necesito trabajar primero en algún sitio, y después, que esa es otra, que me dejen mis padres. Lo tengo jodido, la verdad.

-Pues no se tío, tú sabrás. Yo lo hablaré con todos estos, y ya veremos lo que hacemos.

-Si al final pasará lo de siempre. Se dicen muchas cosas al principio, nos llenamos de planes para ocupar el tiempo vacío que se nos viene después de coger las vacaciones, y al final no haremos nada. Uno se irá de vacaciones con su familia, otro se buscará algo con otra gente, y otros a trabajar. A ganarse algo.



Llegó el momento en el que cada uno de los amigos echaba por un camino para ir a su casa. Él llegó al portal de la suya. Hacía poco que se había mudado, pero, como siempre le había pasado, no se encontraba extraño en ese nuevo sitio. Sabía adaptarse a las situaciones. Si no puedes amoldar las situaciones a ti, tienes que amoldarte a las situaciones. Ese lugar era momentáneo. Un puente para lo que realmente querían. Un piso dejado, por unos familiares generosos, que en “tiempos difíciles”, donde otros se convertían en alimañas por algo de dinero mostrándose en tu contra por cualquier cosa, mostraban su apoyo incondicional. Apoyo que nunca será olvidado.


A lo que si le había gustado adaptarse era al ascensor. Había aprendido a evitar las escaleras tanto como a evitar ver a idiotas en su hábitat natural (léase Supervivientes y sucedáneos). Subió al tercer piso y llamó a la puerta de su casa. No había nadie. “Joder, siempre lo mismo. Nunca me acuerdo de coger las putas llaves. En fin, a escuchar música.” Se sentó en las escaleras, que esta vez le servían para sentarse. “Cada cosa en su determinado momento, tiene una utilidad.” De repente, se acordó de algo que tenía que hacer. Coger una bolsa de fruta de una prima de su madre. “Bueno, así me entretengo”. Volvió a tomar en ascensor, salió del portal, y el sol volvió a darle un puñetazo en los ojos al salir a la calle.


Iba caminando, observando sus pensamientos. Unas veces, observaba todo lo que acontecía a su alrededor, tenía en cuenta quien iba en los coches, los semáforos de alrededor, quien había en cada esquina, quien venía por detrás y por delante. Pero, otras, iba demasiado inmerso en sus pensamientos. Tanto, que no se enteraba de nada de su alrededor. Aquella vez, iba inmerso en sí mismo, y obvió a alguien que yacía a su paso. Tendido en el suelo.


-Chico, ayúdame, por favor.


Pelo totalmente cano pero piel sin arrugas, como si hubiese tenido que envejecer antes de tiempo. Ojos azules. Los más bonitos que había visto en su vida. Un azul claro, pero que encerraba turbidez. Jersey negro, manchado del suelo que le había valido como apoyo en ese momento. Pantalones beige, igualmente manchados. Zapatos negros. Aquella persona, ladeó la cabeza, y dejo ver restos de vómito en la comisura de sus labios. El aliento le olía a alcohol. Eso explicaba el estado de embriaguez en el que se encontraba. Explicaba que las palabras se le acumularan en la boca y luego las fuera escupiendo como podía. Él, el chico, echo el brazo de aquel hombre encima de su hombro, y lo ayudó a levantarse. Caminaron un poco. Muy poco. Dos pasos. Una chica les paró.


-Damián, ¿qué te pasa?

-No… no me pasa nada.

-Chico, ayúdame a llevarlo a aquella cafetería –dijo señalando unos treinta metros atrás, siguiendo el camino que el chico había recorrido.

-Vale.


La gente que caminaba por la calle seguía a lo suyo. Llamadas de teléfono, amas de casa con los carritos llenos, niños que salían del colegio, y un cierto aire de indiferencia que solía pasear por allí. Las tres personas fueron caminando lentamente, soportando en el centro a Damián, que no podía sostenerse solo en pie.


-Dami, no me gusta verte así. ¿Quieres que llame a tu hermana?

-No… no la llames. No quiero verla.

-¿Y a tus padres?

-Mis padres… mis padres no están. Se… se han ido a la playa.

-¿Entonces a quien podemos llamar, Dami?

-No lo sé…


Poco a poco, se iban aproximando a la cafetería. El sol pegaba la ropa a la piel. El olor a alcohol se pegaba a la nariz. La indiferencia se pegaba a todo el mundo, creando una atmósfera diferente a cualquiera de la que hubiese estado. Sentaron a Dami en una silla de la cafetería, y la chica se acercó a alguien que estaba apoyado en la pared. Él, el chico, la siguió.


-Oye, ayúdame a llevar a Dami a algún sitio. No quiere ver a su hermana y dice que sus padres no están.

-Pues… no se a quien llamar, ¿llamo a una ambulancia?

-No, no creo que sea necesario.

-Ya sé a quién llamar. Llamaré a su amigo…

-Chico, tú te puedes marchar ya si quieres. Muchas gracias.



Él, el chico, obedeció, y dio media vuelta, ésta vez observando todo aquel sitio e inmerso en sus pensamientos. Cuando pasó por el lado de Damián, éste le dijo.


-Chico… muchas… muchas gracias.


Dami le tendió la mano, y le volvió a mirar con todo lo bueno que había en esos preciosos ojos. Una mirada sincera. Decía: “Siento esto. Siento mi situación, y siento que hayas tenido que cargarme aunque haya sido por un corto tiempo. Muchas gracias, de verdad.”


El chico, le dio la mano, le sonrió, y le deseó con sus ojos toda la suerte que la vida le había negado hasta aquel momento.


Volvió a coger el mismo camino, para coger la bolsa de fruta que le aguardaba en la casa de la prima de su madre. Pensando y observando.


Canción: Wet Sand – Red Hot Chilli Peppers

domingo, 8 de abril de 2007

Diálogo entre Él y el Duende Misántropo (Parte I)

Era tarde. Siempre es tarde. Le gusta la noche. Le gusta la luna. Aunque su brillo provenga del sol le gusta más que éste. Estaba sentado, frente al ordenador. Escuchando música. Pensando en todo lo que siempre piensa, pero con una vuelta de tuerca más, con un pensamiento nuevo.

Notó como se arrugaba el hombro derecho de su chaqueta. Se giró para ver que sucedía. La gente suele mirar. Él ve. Observa. Al igual que oír no es lo mismo que escuchar, mirar no es lo mismo que ver. Hay un matiz muy grande que los diferencia. La indiferencia. Ahí estaba. Un personajillo que no mediría más de veinte centímetros, en su hombro. Llevaba barba de tres días, y el pelo de las sienes cano, el resto negro. Vestía normal. Unos vaqueros. Unas zapatillas negras. Una chaqueta marrón oscura. Sus ojos eran verdes oscuros, y tenía ojeras. Lo que llamaba la atención es que llevaba un gorro verde en su cabeza. Se sentó a lo ancho de su hombro, dejando la pierna izquierda estirada, y la derecha flexionada. La boca le olía a ron.

Él se mostraba curioso, no asustado. Escudriñaba con su mirada todos los detalles del personaje.
-¿Quién eres? -Le preguntó.

-Soy el duende misántropo. - Respondió, con voz grave. Como si fumara. Pero no fumaba.- Soy quien aparece en tus pensamientos, haciendo que mires con amargura todo aquello que te ocurre. Soy el que hace que acabes odiando tus relaciones sociales, porque todas te conducen a lo mismo. Al dolor y al sufrimiento. Y no pretendo hacerte huir de ello. Que odie a la condición humana, no significa que tu hagas lo mismo. En cierto modo no me gustas. Lo que hace que tu tampoco te gustes a veces. No soy pesimista con respecto a las relaciones sociales. Tan sólo observo desde tu interior. Evoluciono junto a ti. Soy realista con respecto a ellas.

-Yo no odio la condición humana. Tampoco es que sea un filántropo. El que me haya llevado ciertas desilusiones o desengaños con ciertas cosas no significa que siempre tenga que ser así, o con todo el mundo. No puedes despreciar a la condición humana basándote en una experiencia individual, en éste caso, la mía.

-Eso son tan solo idioteces. Los palos que te has llevado no significan nada. El hecho de que hayas sufrido ahora, no implica que lo vayas a pasar mejor en un futuro indeterminado. Y con el resto de las personas, lo mismo. El hecho de que sean felices, no implica que lo sigan siendo. No me baso solo en tu experiencia personal. Lo que he observado en tus ojos, es lo que hace que piense así. No solo hemos observado tus relaciones con un grupo limitado de personas. Es lo que puedes ver en todos sitios. Analizo los instintos de la persona, no solo las intenciones. Y me fijo que siempre están movidos por instintos egoístas. Tu y todos. Crees que actúas bien. Crees que lo haces porque los demás lo merecen. Y no. Lo haces porque esperas una recompensa. Que tu presente, cambie a ese futuro indeterminado e hipotético en el que no sentirás sufrimiento ni dolor. Y eso no es así. La mayoría de las cosas son fruto del azar. Tienes que aprender a distinguir entre sincronías y azar. Si siguiéramos ese pensamiento, habría que nombrar a los del Kuklux Clan reyes de la Tierra. Porque si actúas bien en un presente para obtener buenos resultados en un futuro, crees en ello. Crees que siendo buena persona, actuando racionalmente, viviendo bien y todo ese rollo aristotélico, conseguirás una recompensa en un futuro. Y si actúas mal en el presente, tu futuro estará lleno de tu presente. Dolor y sufrimiento. Seguirá siendo igual. No cambiarán. Y entonces, ¿qué pasa con los negros de África?. Habría que exterminarlos según esa ideología. Por el siguiente silogismo. Los negros africanos sufren siempre. La gente que es mala sufre siempre. Luego los negros africanos son mala gente. Hay que eliminar el sufrimiento y la gente que lo ocasiona. Luego, hay que matar a los negros. Y mientras tanto, la buena gente de acá arriba, al norte y a la izquierda (manda cojones) a vivir bien. ¿Qué nos sentimos culpables por ellos alguna que otra vez? Tranquilos. Alguna manifestación de "No más sangre por petróleo" y arreglado. A casita en nuestro coche, con una sonrisa de satisfacción por haber mejorado el mundo. ¿De gasolina? Qué va... El coche se alimenta de buena voluntad. Como vuestras almas. Como vosotros mismos, tú y el resto, alimentáis vuestro egocentrismo. Todo lo que os rodea sirve para ello. Para taparos la vista. Para que viváis cebados de vuestra propia existencia. Idiotas.

-¿Y qué quieres que le haga? ¿Qué quieres que hagamos? Alimentar el egocentrismo es algo inherente a la condición del ser humano. Cierto que una parte de la humanidad ha progresado y la otra no. Cierto que la que ha progresado, ha taponado el progreso de la que no para poder mantener el tren de vida que llevamos. Es una evolución de los problemas. En África los problemas de la gente es preocuparse de no morir de hambre. No tienen tele para ver como sus adinerados mandatarios, colocados por los gobiernos antaño colonizadores, lanzan mensajes sin sentido. En sus palacios. En sus Vaticanos particulares. Y, como nosotros no tenemos problemas para morirnos de hambre, tenemos todas las necesidades básicas cubiertas, hemos ascendido a otro nivel. El cuerpo está bien. Toca satisfacer el ego. Cubrir sus necesidades básicas. Psicólogos, Operación Triunfo, Salsa Rosa, etc. Necesitamos masajear nuestro ego. Tenemos problemas. Como los míos, como los de los demás. Ocasionados por nuestro mejoramiento. La vida es una continua resolución de problemas. Nacemos, y comienza nuestro camino. Como no tenemos que sobrevivir, sino vivir solamente, tenemos otros problemas distintos a la obtención de alimento, infraestructuras, hospitales, etc. La resolución de un problema ocasiona otro. Y así continuamente. Un bucle interminable. Nuestros problemas son de tipo egocéntrico. El amor, las relaciones sociales, la amistad, la calidad del trabajo, etc. Necesitamos esos problemas. No los podemos evitar. Son inherentes a nuestra naturaleza. Necesitamos problemas y el continuo proceso de resolverlos. En eso nos va la vida. A nosotros y a los africanos, asiáticos, y demás gente sin recursos. Preferimos esos problemas, porque vivimos más. Es una especie de eutaxia aplicada al ser humano. Nuestros problemas a escala individual no importan, pero tendemos a sobreponerlo a todo lo demás, porque somos así.

-Ese es vuestro problema. Lo dices, sin inmutarte. Egocentrismo. Os creéis el puto centro de todo. Vagáis por la vida. Sois una criatura egoísta, consentida y narcisista. Los guapos, por colocar vuestra belleza en el pedestal de vuestro egocentrismo. Los feos, por culpar al mundo de vuestra cruz, por quejaros de que cierta gente no os acepta por como sois a superficie epidérmica. Las apariencias. No sois quienes sois. Sois lo que aparentáis ser. Os disfrazáis continuamente. Me rio de vuestras modas. ¿Converse? ¿Cinturones de hebilla ancha? ¿Pantalones por los tobillos? ¿Mostrar vuestros "súper-fashion-gallumbos"? (me permito la creación del neologismo). Llevar vaqueros rajados, para aparentar ser pobres. Paradójicamente, pueden costar trescientos euros. Qué bonito es aparentar ser pobre. "Cultura underground". Os disfrazáis por fuera para ocultar quienes sois por dentro. Criaturas perdidas. Vuestra soledad os coloca en la cima y centro del universo. Toda la cultura circunscrita. Tanto arte moderno [mierdas enlatadas a tres mil euros/ lienzos de uno por uno en blanco que dicen ser una metáfora de la nada, cuando en realidad son una metáfora de la inteligencia de los que se quedan asombrados por ese engaño, y más del que paga capullomil euros por ese papel higiénico a escala del ego del ser humano/ poner el "lienzo-escotex" al lado de la televisión, mientras sale uno de esos bonitos anuncios en los que cuatro huesos negros con cabeza muestran malnutrición infantil nos piden con los ojos, y lo mismo la televisión con su sonido, un euro al día, eso si que no tiene precio. Que lo paguen los putos famosos, en vez de pedir al proletario que lo haga, joder con los profesionales mal remunerados llamados famosillos y "actores" (resalto lo de entre comillas)]. Tanto cine en plan Almodóvar. No nos podemos meter con él, porque cuando se muestra la violación de una chica y a la chica "le mola", no es otra cosa que cultura y no puedes meterte con ello. ¿Mar adentro? Bah, tan solo es una alegoría de la eutanasia, la representación de un lavado de cerebro, es preciosísima. ¡A, sí!, también sirve de inspiración para una peli porno (para los que sean cortos de entendederas, "Más adentro"). Qué bonito todo joder, ¿a que si? Todo para adormilaros de los problemas que realmente merecen la pena.

Canción: El duende del parque - Extremoduro

viernes, 16 de marzo de 2007

Intentando clarificar tus (mis) desórdenes

Esto es tan solo algo desordenado que no logro clarificar. Solo quiero plasmarlo aquí. Supongo que con ello no conseguiré nada. Tampoco es que lo pretenda

Puedes llevar una vida de buena persona y acabar como el antagonista de todo lo que creías representar. Tu vida puede reducirse a lo peor que has hecho en ella en algunos momentos. No es mi caso. Pero le doy vueltas. Porque puedes haber hecho mucho bien, por llamarlo así, y obviando que el infierno está lleno de buenas intenciones, y aún así, si cometes un error, no te consuela que lo hayas hecho bien. Solo tienes en mente tu error. Y cómo solucionarlo. Da igual lo bien que lo hayas hecho en otras ocasiones. Solo importa lo que tú creas. Y, en estos casos, lo único que crees es que has hecho algo mal, que has cometido un error y nada de lo bueno que hayas hecho puede lograr consolarte. Sólo el corregirlo puede hacer que resurjan los alardes de tus cosas buenas. No es mi caso. Pero le doy vueltas a la idea.

Algo totalmente inconexo, que si tiene que ver conmigo. Crees estar enamorado de una persona. Quieres intentar al menos estar con ella. Ves que no hay posibilidades. No por autocompasión, no por egocentrismos del tipo "La pregunta existencial de mi vida es: ¿Porqué soy tan desgraciado?". No me jodas. La vida es cruel. Hay vidas mucho peores, aunque eso también puede ser más deprimente. Pero no es por queja. No es por ser un idiota [idios]. Es por mero análisis objetivo de circunstancias. No puedes hacer nada. Lo has intentado y has visto todo lo que necesitabas ver. Se hubiera mostrado o no. Y no comprendo porqué demonios sigues intentando incluirte en su vida. No es para conocerla. La conoces bien. Ya he dicho que no es para tener nada con ella, porque sabes que no es tuya. Y aún así la miras, la observas, "miras dentro de sus ojos" y solo puedes apretar los dientes. Cerrar los ojos muy fuerte. Apoyar la cabeza en tu portal antes de entrar a tu casa. Preguntándote porqué tanta jodida mierda. Y porqué demonios rechazar tantas sugerencias de "vente con nosotros a darnos una vuelta por ahí". Concretamente cuatro veces. El decirle "no" a unos amigos, a unas amigas, a un amigo y a la persona que quieres, y a los amigos de toda tu vida. Te preguntas que qué cojones te pasa. Y retomando un pensamiento anterior, desear preguntarle a la persona que quieres porqué no te ha aceptado. Siempre te has mostrado sincero. Desnudo de cualquier fachada. Honesto. Siéndote fiel a ti mismo, algo que parece que hay que recordar que demasiada gente no hace (ellos mismos con su pan se lo coman). Y ella no te acepta. Si no lo has sentido, no puedo explicarte como puedes sentirte distanciado de una persona a la que tienes a cinco escasos centímetros. Y recorrer esa distancia es tan difícil. Nunca te acercarás lo suficiente para extraer las razones de su, si no rechazo, reserva. Vale. Ella está enamorada de otro. No te ha contado como se ha liado con él, pero tú sabes que lo ha hecho, por cómo no te lo ha dicho. Lo aceptas y lo digieres porque no sabes hacer otra cosa. Y sólo quieres conocerla un poco más. Aunque ya creas que la conozcas. Y, contradictoriamente, aunque sepas que, si no imposible, es demasiado difícil conocer totalmente a una persona. Y lo haces para saber si merecía la pena querer como se ha querido. Y, sólo encuentras una distancia que no se puede recorrer. Un puto límite matemático. Algo que no puedes comprender.

Y otra cosa, que también sucede ["sucede que me canso de ser hombre", que diría Neruda y posteriormente Extremoduro]. Conoces a alguien nuevo. Hace tiempo. Crees que no va a trascender. Una cara bonita más de las que has visto. En su momento, podrían haber pasado dos cosas. La primera pasar de conocerla, porque crees que no merece la pena. La segunda, escuchar una palabra que crees que no escucharías en los labios de alguien así nunca. Te giras, y, como siempre has hecho en tu vida, te has acercado y con toda la naturalidad y caradura (casi propia de los simuladores) que te caracteriza, empiezas a hablar con ella. Pero como digo, nada que creas que pueda llegar a trascender. La vuelves a ver un par de veces. Te viene la sensación de no saber que decir que tantas veces te viene y no dices nada. Hablas de nada. Sigues pensando que no va a tener mayor trascendencia. Poco a poco, en encuentros fortuitos, la vas conociendo mejor. Te va gustando. Y empiezas a tener miedo. De que puedas llegar a quererla. De hacerte tanto daño como te has hecho y como te han hecho. Mucho más de lo que cualquiera pueda pensar. Y no sabes que hacer. Sigues conociéndola poco a poco en más de esos encuentros fortuitos. Y te va gustando poco a poco. Y temes llegar a quererla. Porque "te saben a mierda las palabras de amor", porque estás hastiado de tanto. Y no sabes que demonios te pasa. Unas veces estás vacío de cualquier cosa. Te metes hasta contigo, llamándote idiota. Diciéndote que tus problemas vienen como consecuencia de un contexto determinante propio de una situación. Si cambias el contexto, cambia el problema. Piensas que los problemas nos los creamos para satisfacer nuestra necesidad de ser egocéntricos. Por nuestra necesidad de sentirnos tremendamente desgraciados. Y de ser tan gilipollas. De ser tan idiotas (vuelvo al latín "idios"). De llamarte hipócrita. A ti y a todo el mundo. De convertirte en un cínico (en el sentido griego original, no en la condición peyorativa adquirida actualmente). Otras veces, estás absorto en un pensamiento sobre una de ellas. Te pones en mil contextos diferentes y en todos ellos le dices que la quieres, la besas, te besa y todo el mundo se levanta feliz de su butaca de cine, porque les han contado lo que querían oír. Otras veces es con la otra con la que tienes estos pensamientos propios de películas "opiáceas" (léase Marx y su "opio del pueblo"). Y otras tantas otras veces, te encuentras sin saber que hacer. Perdido. Sólo. Enamorado de una persona que no te quiere, que no te va a querer y que intenta guardar distancias contigo. Teniendo miedo de querer a otra persona que parece demasiado inaccesible. Temiendo más dolor. Y ya no sabes como sentirte.

No se porqué he escrito esto. Tal vez me haya tranquilizado, ordenando toda esta verborrea mental incontenida. Intentando aclarar un poco lo inaclarable. Sabiendo que ni el agua es tan clara. Porque todo depende del prisma con que lo mires. Y un prisma muy bonito para mirar el agua es un microscopio electrónico. La claridad se convierte en confusión. Así que, difícil es el cometido de aclarar todo esto. Al menos, mientras lo ordeno, intento ordenarme a mí mismo.

Canción: The unforgiven - Metallica

miércoles, 7 de marzo de 2007

Luces y sombras

La luz entraba por la ventana, matando cada sombra que había poco a poco. Una de las sombras murió justo en sus ojos. Éstos se dieron cuenta y se abrieron. Parecía que esperaban ese momento más que cualquier otra cosa que hubieran podido esperar. Deseaban abrirse, hacer que él se despertara de aquel sueño. Y de todos los malos sueños anteriores. La luz los hizo verdes.

Y despertó. Había dormido bien, o al menos eso creía. Encendió el móvil y lo volvió a leer. No había sido un sueño. Era verdad. Como todo lo que vendría luego.

Era temprano, así que decidió esperar. Retrasar la llamada. Quería que aquello tuviese lugar en el momento preciso. Nada de impaciencia. Nada de cobardías. Tan sólo que las cosas fueran por su cauce. Y que lo que tuviera que ser, fuese. Eso todavía no lo comprende. Decidió ordenar un poco la mañana, para intentar ordenarse a sí mismo. Se duchó, pensando en que ella se duchaba con agua fría. Pensó en como el agua caería lentamente por su cuerpo. Cogió lo primero que vio y se vistió, deseando que fuese ella la que algún día le quitase la ropa. Desayunó, observando el vacío que tenía delante, esperando ver sus ojos allí.

Un buen rato después, se dio cuenta de que había estado mirando el suelo sin parpadear. Intentando descifrar como una pelusa que paseaba por allí le había llamado la atención y le había llevado a escuchar su voz en un recuerdo. "Recordar. Volver a pasar por el corazón". Sonrió. Merecía la pena hacerlo en ese momento.

Metió su mano en el bolsillo, buscando su móvil. Lo encontró, y rápidamente sus dedos se abalanzaron sobre el teclado, marcando un número aprendido a la fuerza, de memoria, habiéndose obligado a sí mismo a hacerlo. Porque lo vio y no quiso volver a olvidarlo. Nunca. Sus manos representaban el adelantamiento de su impaciencia, y algo de temblor por miedo o por cobardía. Pero tenía claro que iría hacia delante, aceptando cualquier cosa, sin saber que sería así. Porque no puede hacerlo de otra manera.

Los pitidos intermitentes que oía acabaron. Ella descolgó. La voz de él sonaba con el descaro que le caracterizaba muchas veces, y con un poco de temblor que también le caracterizaba otras. La voz de ella le pareció más dulce que nunca. Había muchos matices. Melosidad, sutileza, fragilidad, intensidad... En ese momento hubiera deseado "hacerla", que diría Kerouac. Se contuvo. Al final no hubo nada. Él preguntó que qué pasaba. Ella dijo que nada. Y ninguno se atrevió a decir nada. Ninguno dijo que se querían. Acabó la conversación.

Volvió a sentarse y a observar la pelusa corretear por el suelo. Se hizo más tarde. Comió. Decidió que después, iría a algún sitio con su bici. No era ningún ciclista, por decirlo así. Se cansaba pronto. Nunca se iba a subir montañas, ni nada de eso. Le gustaba ir por la calle. Adelantando semáforos, coches y cosas así. No era ningún temerario, pero de vez en cuando lo hacía. Su bici le proporcionaba la libertad que necesitaba. Ni tenía moto, ni la necesitaba, ni la quería. Iba a montarse en ella, cuando de repente vibró su móvil. Era un mensaje. "¿Tu eres el pringao que está con ella? Te has ganado un problema chaval, porque esa tía es para mí. Como te acerques a ella te rajo. Ya estás avisado..."

Un gorrión volaba cerca, y cambió bruscamente el sentido de su dirección, asustado por un ruido que había percatado. Un minuto después, él dejó de reírse. Pensó en contestarle, en decirle que no estaba con ella, pero que iba a estarlo. Agradecerle que le quitase el miedo que pudiese tener y decirle también que no iba a achantarse de ninguna manera. Decidió no hacerlo. Gastar dinero en responder a un botijo no le parecía justo.

La idea de ir a cualquier parte con su bici tomó la forma ir a escribir una carta. Algo que a la postre no le serviría para nada. Ni para su objetivo ("el objetivo nos mueve", que diría el agente Smith), ni para aprender de sus errores. Palabras, palabras, palabras.

Y eso escribió. Palabras. Le dijo de la forma más sincera que pudo que la quería. Que aquel idiota se la sudaba. Que quería estar con ella.

Satisfecho de si mismo, envió aquello y volvió a su casa con su bici. Saltándose un par de semáforos, pensando mientras lo hacía en que somos incorregibles. Pasó el resto de la tarde con tranquilidad. Sosiego. Nada.

Las sombras comenzaron a asesinar en silencio a la luz. En venganza. Era una lucha eterna. Equilibrada. Todo en su sitio. Todo ordenado. La oscuridad había vencido. Para morir derrotada otra vez al día siguiente. Sintió su móvil una vez más en su bolsillo. Era ella. Soltó el aire que le quedaba en los pulmones, volvió a inspirar y le dio a la tecla verde. Hablaron un poco. Al igual que esa mañana, sobre nada. Decidió dar el primer paso. Y ella siguió, continuó. Sola. La lucha de la oscuridad y la luz tomó como campo de batalla la garganta de ella. Su voz ya no era tan dulce. La melosidad, la sutileza, la fragilidad y la intensidad desaparecieron. Le dijo que seguía enamorada de su ex. Era el amor de su vida. No el botijo. Una persona. Otra. Ella le dijo que no quería engañarlo y engañarse a sí misma. La voz de él ya no temblaba. Ni era descarada. Le dijo que había hecho lo correcto. Le preguntó que si había leído lo que él le había enviado esa tarde. Lo que tan satisfecho le había dejado. Ella le dijo que no. Le dijo que lo borrara. Que no lo leyese. Se lo pidió como único favor. Ella aceptó y cumplió. Se despidió, y esa vez no esperó a que ella colgara.

Se sentó en la silla. Buscando la pelusa. En ese momento ya le daba igual cualquier cosa. No le importaba nada. Lo único que podía hacer era lo único que sabía hacer. Seguir adelante. Aceptando todo lo bueno y todo lo malo. Porque él era así. Porque ni podía ni quería cambiar. Esperando a que llegue aquello que nunca llega sin saber que ha de esperar. Solo. Pero siempre hacia delante.

Canción: Vermillion, Part 1 - Slipknot

jueves, 1 de marzo de 2007

Respuestas que cambian una noche

Estaba sólo. Era de noche y él hacía lo que hacía todas las noches. Estar acostado sin dormir. Él siempre dice que estar acostado no equivale a dormir. No era insomnio, no era falta de sueño. Siempre estaba cansado, pero siempre con los ojos abiertos. Todas las noches iugal.

Como no podía dormir, escuchaba la radio. Buscaba entrenenerse, intentar iniciar una evasión que le hiciese huír de aquel flujo de pensamientos. Pero no podía. Al menos, las voces que escuchaba en la radio, contaban penas y alegrías dignas de ser escuchadas. Pequeñas historias, casi siempre inconexas, separadas por una voz siempre femenina y por buena música. Todas las noches igual.

Decidió que iba a dormirse, a intentar que las espuelas que le clavaban aquellos pensamientos aflojaran su pertinaz presencia. Apagó el mp3. Vió la hora en el móvil. Tarde. Éste vibró. No emitió ningún sonido porque el silencio estaba puesto para no despertar a sus padres. La tercera vibración en su mano seguida indicaba que era un mensaje. De élla. Decía "Te quiero... ya tienes tu respuesta. He cortado con él... por ti... te quiero muchísimo... hablamos mas tarde... te quiero." Lo leyó, lo comprendió, lo vió, lo interpretó. Todo sin ningún orden concreto, sin nunguna razón. Ya tenía su respuesta. Había ganado. Todo acabó y entonces iba a empezar algo nuevo. Un punto y a parte que iba a dar a otro párrafo nuevo y alentador.

Por eso esa noche no fue igual a partir de ese instante. Nada sería igual a partir de ese instante. Pero lo que él no sabía era que eso era verdad. Una verdad cruel y desconcertante. La vida le deparaba algo nuevo, pero mas crudo y duro de lo que él, en ese instante, esperaba. Pero eso no lo sabía. Era tarde y no quería despertar a sus padres. Hablaría con ella al día siguiente. El flujo de pensamientos cesó y porfín pudo dormir. Ya tenía su respuesta.

Canción: Vermillion, Part 2 - Slipknot

sábado, 24 de febrero de 2007

Nudillos

¿Qué puedes hacer si tus actos no se recompensan con confianza? Nada. Haces algo bien, y no se te recompensa con nada. Pides confianza. No se te otorga. Nunca se te otorga. En momentos como ese piensas ¿y para qué tanto actuar bien siendo consecuente con unos principios (de los muchos que hay) "de buen chico"? Y no me refiero a morir por nadie, ni darlo todo. Estoy hablando de esas pequeñas cosas. De pequeños favores. De, a veces joderte tu para que otro pueda disfrutar. De dejarte los huevos en algo para otra persona. Y no actúas por que eres bueno o malo. No. Esa es la capa, la superficie, la máscara que dejas ver a los demás y a ti mismo para decirte que no pasa nada, que lo has hecho bien y que eso es lo que importa. Y sí pasa. Esperabas algo a cambio. Y no lo recibes nunca. Solo puedes apretar los dientes, enfadarte, cagarte en todo lo primero que se te pase por la cabeza (exista o no en el diccionario de la RAE), dar un puñetazo en la pared y sorprenderte de que, aunque tengas los nudillos sangrando, la rabia que te come por dentro es mas fuerte que el dolor, al que le respondes con indiferencia.

Y te cuestionas lo que haces. Y porqué lo haces, sabiendo que no te traerá nada. Bien. Lo haces, porque, en el fondo, aunque ya te hayas cagado hasta en San Cucufate, hay algo que te dice: "Desahogate. Tranquilo. Ninguna cuenta queda sin ser saldada. Para bien o para mal. Todo llegará, y entonces comprenderás todo esto". Y te calmas. Te sosiegas. Y piensas que a lo mejor si que merece la pena hacer todo eso que te produce tanta insatisfacción, tanta rabia.

Y entonces, notas un dolor de cojones en los nudillos. Ahí, ves que todo va bien. Para que luego vuelva a pasar a ir mal. Hasta que pase aquello que esperabas sin saber que esperar.

Canción: The view from the afternoon - Arctic Monkeys

jueves, 22 de febrero de 2007

La niña y su cachorro

Observaba. Siempre hacía eso. Observar cada detalle que le rodeaba. Una chica, seguramente menor que él, se mostraba vergonzosa al comprar unas hojas de cuaderno. Hablaba bajito. Se equivocó al dar el dinero y la dependienta se lo dijo amablemente. La chica rectificó y se despidió. Se fue rápido y él no pudo despedirse de aquella chica.

Salió de la tienda donde había ocurrido esto y volvió a ponerse los auriculares del mp3 (relativamente viejo). Siempre que podía, escuchaba música. Su buena música. El no sabe que haría sin ella. Fue paseando poco a poco. Sin prisas. Haciendo lo que siempre hacía. Se puso a pensar sobre si interesarse por alguien que no lo hace por ti merecía la pena. "Valorar ciertas cosas es algo que se debe aprender. Y a veces solo aprendes fallando, perdiéndolo." Eso le apenaba.

Escuchó un ladrido ahogado que arrancó ese pensamiento de su cabeza, dejándo esa idea flotando en el aire. Perdiéndose, mezclándose con el humo del tubo de escape de un coche que pasaba por allí, sin tener culpa de nada. Volvió a escuchar el mismo ladrido y pudo detectar de donde provenía.

Una madre organizaba el maletero de un coche, ajena de su hija y su cachorro de perro. La madre había dejado el coche aparcado justo enfrente de la puerta de la casa donde iba a entrar. A lo mejor era la suya o la de su madre (la abuela). Pero por la manera de adelantarse la hija a la madre, por la manera de hacer un suave tintineo, monótono, familiar sobre las llaves la mujer del coche (la madre), pudo ver que era su casa. Ella estaba de espaldas y no podía verlo. Seguramente lo habría ignorado, puesto que el perro seguía chillando. La niña arrastraba de una correa. Al final de la correa estaba un perro pequeño. Parecía querer meter su cabeza por el agujero de la correa. Intentaba frenar el movimiento involuntario, producido por su dueña, con las patas traseras. Pero no podía. La inercia lo arrastraba.

Acto seguido, el perro quedó suspendido en el aire, sujetado por una correa, sujetada por las manos de su dueña y ésta observaba al cachorro dar vueltas sobre su eje. Levantó al perro, lo cogió con todo el cariño que podía leerse en sus ojos. Todo el cariño que una niña pequeña puede dar era dado a unas manitas que sujetaban a un cachorro. La niña apoyó su nariz sobre el lomo del perro y después hizo lo mismo con sus labios, dándole un beso. Retiró la nariz y los labios y alejó su cara del perro. Sonrió, empujó la puerta entreabierta de su casa (seguramente abierta previamente por su madre, que en ese momento guardaba las llaves) y entró con el perro entre sus manitas.

La madre, ajena voluntaria o involuntaria a todo lo acontecido, cerró el maletero, cerró el coche y después lo mismo con la puerta de su casa, tras de si.

Él continuó su camino. "A veces hacemos daño a las personas (o perros) que mas queremos, sin darnos cuenta. Y a veces somos nosotros quienes recibimos ese daño, sin saber porqué nos lo hace la persona a la que queremos" Continuó su paseo, pensando en ello y dejando que el pensamiento anterior subiera a la atmósfera junto con el humo del coche contribuyendo a calentar el planeta. Su mp3 pasó a la siguiente canción, como si no hubiese pasado nada. O como si sí hubiese pasado.

Canción: Sonata para piano Nº 14, Claro de luna (Moonlight) - Beethoven