miércoles, 7 de marzo de 2007

Luces y sombras

La luz entraba por la ventana, matando cada sombra que había poco a poco. Una de las sombras murió justo en sus ojos. Éstos se dieron cuenta y se abrieron. Parecía que esperaban ese momento más que cualquier otra cosa que hubieran podido esperar. Deseaban abrirse, hacer que él se despertara de aquel sueño. Y de todos los malos sueños anteriores. La luz los hizo verdes.

Y despertó. Había dormido bien, o al menos eso creía. Encendió el móvil y lo volvió a leer. No había sido un sueño. Era verdad. Como todo lo que vendría luego.

Era temprano, así que decidió esperar. Retrasar la llamada. Quería que aquello tuviese lugar en el momento preciso. Nada de impaciencia. Nada de cobardías. Tan sólo que las cosas fueran por su cauce. Y que lo que tuviera que ser, fuese. Eso todavía no lo comprende. Decidió ordenar un poco la mañana, para intentar ordenarse a sí mismo. Se duchó, pensando en que ella se duchaba con agua fría. Pensó en como el agua caería lentamente por su cuerpo. Cogió lo primero que vio y se vistió, deseando que fuese ella la que algún día le quitase la ropa. Desayunó, observando el vacío que tenía delante, esperando ver sus ojos allí.

Un buen rato después, se dio cuenta de que había estado mirando el suelo sin parpadear. Intentando descifrar como una pelusa que paseaba por allí le había llamado la atención y le había llevado a escuchar su voz en un recuerdo. "Recordar. Volver a pasar por el corazón". Sonrió. Merecía la pena hacerlo en ese momento.

Metió su mano en el bolsillo, buscando su móvil. Lo encontró, y rápidamente sus dedos se abalanzaron sobre el teclado, marcando un número aprendido a la fuerza, de memoria, habiéndose obligado a sí mismo a hacerlo. Porque lo vio y no quiso volver a olvidarlo. Nunca. Sus manos representaban el adelantamiento de su impaciencia, y algo de temblor por miedo o por cobardía. Pero tenía claro que iría hacia delante, aceptando cualquier cosa, sin saber que sería así. Porque no puede hacerlo de otra manera.

Los pitidos intermitentes que oía acabaron. Ella descolgó. La voz de él sonaba con el descaro que le caracterizaba muchas veces, y con un poco de temblor que también le caracterizaba otras. La voz de ella le pareció más dulce que nunca. Había muchos matices. Melosidad, sutileza, fragilidad, intensidad... En ese momento hubiera deseado "hacerla", que diría Kerouac. Se contuvo. Al final no hubo nada. Él preguntó que qué pasaba. Ella dijo que nada. Y ninguno se atrevió a decir nada. Ninguno dijo que se querían. Acabó la conversación.

Volvió a sentarse y a observar la pelusa corretear por el suelo. Se hizo más tarde. Comió. Decidió que después, iría a algún sitio con su bici. No era ningún ciclista, por decirlo así. Se cansaba pronto. Nunca se iba a subir montañas, ni nada de eso. Le gustaba ir por la calle. Adelantando semáforos, coches y cosas así. No era ningún temerario, pero de vez en cuando lo hacía. Su bici le proporcionaba la libertad que necesitaba. Ni tenía moto, ni la necesitaba, ni la quería. Iba a montarse en ella, cuando de repente vibró su móvil. Era un mensaje. "¿Tu eres el pringao que está con ella? Te has ganado un problema chaval, porque esa tía es para mí. Como te acerques a ella te rajo. Ya estás avisado..."

Un gorrión volaba cerca, y cambió bruscamente el sentido de su dirección, asustado por un ruido que había percatado. Un minuto después, él dejó de reírse. Pensó en contestarle, en decirle que no estaba con ella, pero que iba a estarlo. Agradecerle que le quitase el miedo que pudiese tener y decirle también que no iba a achantarse de ninguna manera. Decidió no hacerlo. Gastar dinero en responder a un botijo no le parecía justo.

La idea de ir a cualquier parte con su bici tomó la forma ir a escribir una carta. Algo que a la postre no le serviría para nada. Ni para su objetivo ("el objetivo nos mueve", que diría el agente Smith), ni para aprender de sus errores. Palabras, palabras, palabras.

Y eso escribió. Palabras. Le dijo de la forma más sincera que pudo que la quería. Que aquel idiota se la sudaba. Que quería estar con ella.

Satisfecho de si mismo, envió aquello y volvió a su casa con su bici. Saltándose un par de semáforos, pensando mientras lo hacía en que somos incorregibles. Pasó el resto de la tarde con tranquilidad. Sosiego. Nada.

Las sombras comenzaron a asesinar en silencio a la luz. En venganza. Era una lucha eterna. Equilibrada. Todo en su sitio. Todo ordenado. La oscuridad había vencido. Para morir derrotada otra vez al día siguiente. Sintió su móvil una vez más en su bolsillo. Era ella. Soltó el aire que le quedaba en los pulmones, volvió a inspirar y le dio a la tecla verde. Hablaron un poco. Al igual que esa mañana, sobre nada. Decidió dar el primer paso. Y ella siguió, continuó. Sola. La lucha de la oscuridad y la luz tomó como campo de batalla la garganta de ella. Su voz ya no era tan dulce. La melosidad, la sutileza, la fragilidad y la intensidad desaparecieron. Le dijo que seguía enamorada de su ex. Era el amor de su vida. No el botijo. Una persona. Otra. Ella le dijo que no quería engañarlo y engañarse a sí misma. La voz de él ya no temblaba. Ni era descarada. Le dijo que había hecho lo correcto. Le preguntó que si había leído lo que él le había enviado esa tarde. Lo que tan satisfecho le había dejado. Ella le dijo que no. Le dijo que lo borrara. Que no lo leyese. Se lo pidió como único favor. Ella aceptó y cumplió. Se despidió, y esa vez no esperó a que ella colgara.

Se sentó en la silla. Buscando la pelusa. En ese momento ya le daba igual cualquier cosa. No le importaba nada. Lo único que podía hacer era lo único que sabía hacer. Seguir adelante. Aceptando todo lo bueno y todo lo malo. Porque él era así. Porque ni podía ni quería cambiar. Esperando a que llegue aquello que nunca llega sin saber que ha de esperar. Solo. Pero siempre hacia delante.

Canción: Vermillion, Part 1 - Slipknot

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